El plan Cóndor, diseñado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos en los años 70-90 del pasado siglo, revive ahora en la región donde fue aplicado, América Latina, con otro formato pero un fin similar: eliminar los proyectos revolucionarios y sus hacedores mediante una confabulación multinacional.
Para el periodista e investigador estadounidense Christopher Hitchens, el entonces secretario de Estado de su país, Henry Kissinger, fue el ideólogo del proyecto, en coordinación con la CIA y en primera instancia la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) de Chile. La preparación de quienes participarían en el montaje estaba a cargo de la Escuela de las Américas, patrocinada por los gobiernos norteños para formar militares latinoamericanos.
En la etapa dictatorial en el Cono Sur (Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Paraguay y Bolivia) Kissinger y su comparsa de la CIA pusieron en práctica el plan de coordinación para asesinar o desaparecer mujeres y hombres patriotas, y para ello usaron los servicios de inteligencia de los regímenes militares.
El intercambio de información entre esos departamentos a partir de noviembre de 1975, cuando fue acordado por Chile (el primero en aceptar el organigrama), Argentina, Paraguay y Uruguay, permitió el intercambio de información y de prisioneros, persecución, asesinato. El objetivo era la represión y persecución de los opositores a las dictaduras, la lucha contra lo que los militares consideraban comunistas y evitar la expansión de esa ideología en la región.
Los miembros de los servicios secretos de las naciones implicadas podían desplazarse libremente entre fronteras para secuestrar, desaparecer o matar a sus conciudadanos que huían de la represión en su suelo patrio.
Archivos descubiertos por el abogado Martín Almada en Paraguay, en 1992, indican que el Plan Cóndor causó 50 000 muertos, unos 30 000 desaparecidos y 400 000 presos, en su mayoría torturados.
Ahora, con los métodos de intercambio adaptados a las nuevas realidades, los conservadores de Colombia, en apoyo a los de Venezuela, y antes lo hicieron en Bolivia, utilizan sus fuerzas paramilitares para el trabajo sucio contra la institucionalidad.
Los cambios en la arena internacional hicieron comprender a Estados Unidos que la existencia de las dictaduras militares en América Latina ya no tenían fundamento, puesto que había desaparecido la Unión Soviética y el supuesto peligro de expansión del comunismo en la región era de bajo perfil, léase gobierno socialista de Salvador Allende en Chile (1970-1973) derrocado por un golpe militar del general traidor Augusto Pinochet.
Durante todos esos años —es decir, desde 1959— solo Cuba y su Revolución triunfante en 1959 mantuvo un gobierno revolucionario, acosada por la Casa Blanca desde esa fecha con extremas medidas, pero que hasta hoy se mantiene firme en sus principios. La mayoría de las naciones latinoamericanas, en cambio, han vivido distintas etapas, casi todas marcadas por el sistema neoliberal que afianza los poderes oligárquicos en detrimento de los intereses populares.
El año 1998, con el triunfo del venezolano Hugo Chávez en las urnas y su asunción en 1999, inició un proceso de cambios en Latinoamérica. Sus ideas políticas basadas en el humanismo fueron seguidas en otros países de la región y en un corto tiempo surgió un mapa geopolítico diferente.
Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Brasil, Honduras, Paraguay, El Salvador y otras naciones iniciaron el camino hacia la transformación económica y social basados en los principios de independencia y soberanía, y con el ser humano como prioridad de sus políticas.
Estados Unidos, cuyo interés en apoderarse de las riquezas naturales de América Latina nunca ha cejado, ha puesto ahora en práctica un nuevo Plan Cóndor, menos sangriento y disfrazado en sus estrategias, pero con la misma táctica de evitar el crecimiento revolucionario.
Su fundamentación es la unidad de la derecha regional, que cuenta con el apoyo de los medios privados de comunicación masiva y los sistemas judiciales, ambos enfilados a la destrucción de los gobiernos progresistas.
Los gobiernos sucesivos de la Casa Blanca se sirven de esos mecanismos operacionales, siempre a través de la CIA y sus oficinas en sus embajadas, para orquestar, dirigir y financiar el Cóndor del siglo XXI.
Si la izquierda regional, reunida en fecha reciente en el Foro de Sao Paulo, en Nicaragua, no reacciona, se une de manera compacta y crea planes de defensa de sus líderes y sus pueblos, es muy posible que la triste lección dejada por Chile en 1973 vuelva a repetirse en estas tierras del Sur.
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