No pocos en este planeta estarán tomando preocupada nota de cuanto se ha producido en las sesiones del XIX Congreso del Partido Comunista Chino, mientras otros lo harán con admiración y con el respiro de saber que el multilateralismo tiene y tendrá fuertes plazas globales.
En el primer grupo los “alarmados” están, por supuesto, y en primera fila, entre aquellos intereses que van viendo severamente resentidos sus planes de convertirse en dictadores mundiales omnipotentes, como corresponde a quienes “fueron elegidos por la Providencia” para asumir ese ventajoso título.
En otra escala se agrupan los que juegan la carta del inmovilismo y la autosuficiencia política, y blandiendo el pretexto estrecho de cada quien debe hacer lo suyo a su manera, niegan toda posibilidad de estudiar las experiencias ajenas por positivas que sean.
Un total desatino, vale insistir, si se tiene en cuenta que, si bien cada contexto nacional tiene diferencias, eso no quita que lo bueno del acervo ajeno se considere adecuadamente e incluso se apliquen o adapten aquellas experiencias que pueden resultar útiles y provechosas… porque las hay sin dudas.
Mientras, entre los muchos que suscriben que el planeta no puede regirse por la cadena de ordeno y mando a que aspiran ciertos poderosos, resulta motivo de fiesta que China, una milenaria nación en nada ajena a los efectos de la agresividad y la dominación externas, se coloque hoy como una de las primeras potencias del orbe sobre la base de principios tan sentidos como el respeto a la autodeterminación ajena, el apego a la cordura y a la ley internacional, la defensa de causas justas, y una colaboración mutuamente ventajosa con el resto de la comunidad mundial, sin obviar importantes gestos solidarios para con los menos aventajados.
Un país que, ciertamente, se ha elevado en el término de pocos años combinando el largo acervo nacional con las teorías revolucionarias para alcanzar logros realmente admirables.
Lo subrayaba el presidente Xi Jiping ante los más de dos mil delegados al Congreso partidista en el Palacio del Pueblo de Beijing, y apuntaba que a partir de esta cita se abre una nueva era nacional donde el gigante asiático ocupará lugares cimeros en beneficio de su pueblo y del resto del mundo.
China se propone en lo adelante optimizar su modelo de desarrollo mediante la combinación de todas las variables económicas que le resulten útiles, y promoverá seguir elevando considerablemente el nivel y la calidad de vida de los habitantes de la gran nación asiática para establecer a mediados de siglo, según cita textual, “una sociedad modestamente acomodada en todos los aspectos”, y un “estado socialista moderno, fuerte, bello, democrático y culturalmente avanzado”.
Por demás, Xi Jiping insistió en rechazar toda tendencia a la copia irracional y ciega de los modelos capitalistas occidentales, y a estar alertas contra tendencias negativas como la corrupción, que promueve la muerte de cualquier proyecto socioeconómico y político.
Un capítulo especial del Congreso estuvo dedicado al desarrollo del Ejército Popular, que deberá convertirse en pocos años en una fuerza castrense de primer orden mundial.
“Haremos todos los esfuerzos posibles para fortalecer la capacidad de defensa y la modernización de las fuerzas armadas de China”, anunció el jefe del Estado.
Los debates también apuntaron a desentenderse del aislacionismo nacionalista tan en boga por estos días entre ciertos gobernantes de países poderosos, en el razonable entendido de que en las condiciones del mundo actual resulta un disparate cerrar las puertas al resto del orbe.
En consecuencia, es evidente que China no pretende amilanarse frente a reto alguno y, por el contrario, sigue apostando por consolidarse como uno de los primeros poderes globales, defensores de un orden internacional equilibrado, justo, participativo y equitativo.
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