Las agencias de prensa occidentales alborotan por estos días en torno a un retorno de la violencia extrema en territorio sirio y el deterioro de las conversaciones de paz en Ginebra.
Así, en la ciudad de Aleppo, que parece ser el epicentro de los enfrentamientos luego de la liberación de Palmira por las fuerzas leales a Damasco, se reportó el brutal cañoneo contra un hospital y la muerte de unas sesenta personas entre médicos y pacientes civiles, a la vez que se amplifican las declaraciones de los titulados “rebeldes” en el sentido de que ha sido el Ejército Nacional el causante de semejante barbarie.
De manera que aún cuando esas fuentes y los poderosos intereses a los que obedecen hablan formalmente de “compromiso en el combate al terrorismo”, lo evidente es que se persiste en la cuerda de desacreditar y poner fin al gobierno legítimo y cercenar sin contemplaciones la actual sociedad siria.
En consecuencia, el preferente instrumento agresivo imperial que representan los grupos irregulares armados (que suman a los elementos del titulado Estado Islámico, EI, y de Al Nusra, la Al Qaeda siria) no tiene otra mira aceptable que volarle la cabeza a la administración que lidera el presidente Bashar el Assad y, por el momento, intentar algún avance militar que mejore sus posiciones en la mesa de negociaciones, a la cual, y precisamente por la precariedad que proyectan en el campo de batalla, no han dejado de sabotear por un instante.
En pocas palabras, que la paz para nada esta en la agenda de la parte más violenta y virulenta de la oposición siria, y mucho menos de los intereses hegemonistas que la utilizan como punta de lanza en sus planes por intentar desbaratar al país como ya han hecho en Afganistán, Iraq y Libia, por solo citar algunos de sus desmanes en Asia Central y Oriente Medio.
Por tanto, vale afirmar sin errores que el frente anti sirio que suma a Washington, sus aliados otanistas, las satrapías árabes, el sionismo israelí, los obtusos adversarios internos, y los grupos terroristas islámicos, ni está disuelto ni dividido, y persiste en su mancomunado y destructivo propósito original.
Entonces, y lamentablemente, tendremos todavía que escuchar de nuevos actos de barbarie, de coches bombas y ataques relámpagos en las ciudades sirias que, pese a todo, han logrado una paz relativa con el acuerdo de la tregua que el gobierno estableció desde el pasado 27 de febrero con el apoyo de Rusia y la sumatoria verbal de los Estados Unidos.
Cese de combates que, precisamente, las autoridades de Damasco han dicho que se prolonga ahora a la región de Ghouta Oriental, en la provincia de Damasco, y en el norte de Latakia, junto a la frontera con Turquía, entre otras cosas para facilitar un mejor control de las rutas por donde habitualmente se infiltran terroristas, armas y explosivos con la connivencia de sectores oficiales de Ankara.
Para no pocos observadores hay mucho de ciega rabia por estas horas en el panorama sirio, y ello tiene que ver en gran medida con el giro negativo para los intereses hegemónicos que tomó esta explosiva historia luego del reciente apoyo militar directo de la aviación y las tropas misilísticas rusas a Damasco para enfrentar las acciones terroristas, que puso en jaque a los fanáticos del Estado Islámico y Al Nusra, y facilitó y facilita las acciones militares victoriosas del Ejército Nacional.
Victorias que, al abrirse una nueva etapa de controvertidas conversaciones de paz, convirtieron al gobierno de Bashar el Assad en un interlocutor no solo impulsado por un espíritu constructivo y de buena voluntad, sino además avalado por contundentes progresos en el campo de batalla, como la liberación de Palmira luego de años bajo el aberrado dominio de los fanáticos del EI.
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