No pocos analistas han coincidido en destacar el fuerte trazado político que marcó la celebración, hace apenas horas, del aniversario cien de la fundación del Partido Comunista de China.
Se trata de la organización que desde finales de la década del veinte del pasado siglo se dio a la ingente tarea de unificar el país, defender sus tradiciones nacionales y su milenaria historia, educar al pueblo en el amor y el orgullo por una patria nueva, dirigir la lucha armada contra invasores y la canallada interna, fundar la República Popular en 1949, y haberla transformado hoy en una de la grandes potencias del orbe en pleno y dinámico desarrollo.
Por tanto, es un Estado que enterró definitivamente, como bien lo manifestó su presidente Xi Jinping, los tiempos de “intimidación” y “subyugación extranjera”.
En una celebración que reunió a no menos de 70 000 personas en la Plaza Tiananmen, donde en 1949 se proclamó el nacimiento de la República Popular, precisó Jinping, en alocución que observadores califican de “tajante, clara, puntual, fuerte y definitoria”, que en sus actuales tensas relaciones con Washington y sus socios occidentales, China “no aceptará la predicación santurrona de aquellos que sienten que tienen derecho a sermonearnos”.
“El país no busca una confrontación internacional, pero está decidido a defender su soberanía. El pueblo chino no permitirá en absoluto que ninguna fuerza extranjera nos intimide, oprima o esclavice”, puntualizó, y cualquiera que lo intente “sucumbirá frente a la Gran Muralla de hierro de los 1400 millones de chinos”.
China celebra el Centenario del Partdios Comunista Chino. (Tomada de lavanguardia.com)
Xi Jinping explicó que “nunca hemos amenazado, oprimido o subyugado a la gente de ningún otro país, y nunca lo haremos”, pero no habrá tolerancia frente a imposiciones.
Para ello reivindicó la conversión del Ejército Popular en un firme pilar para defender la dignidad nacional, y en “una fuerza poderosa para salvaguardar la paz regional y mundial”.
Los medios destacan además las referencias del presidente al desarrollo económico y social del gigante asiático, y el cumplimiento de la aspiración centenaria de “construir una sociedad china moderadamente próspera”, así como la confirmación de la meta irreversible de seguir adelante bajo las banderas del socialismo.
Xi Jinping abordó además el sensible tema de la incuestionable soberanía china con respecto a Taiwán, y aseguró que China no renunciará a la reunificación de su territorio nacional y derrotará todo intento de separatismo, justo cuando los gobernantes norteamericanos impulsan planes para prolongar el cisma impuesto al pueblo chino por la apetencia imperialista.
Para los analistas, la alocución presidencial china de este julio, como todo pronunciamiento que proviene de esa enorme y milenaria nación, no es precisamente mera retórica que aquellas fuerzas externas que la demonizan, atacan y cercan deberían tomarse a la ligera.
China es ya un poder global que ha puesto en jaque los viejos tronos gringos a escala planetaria, y que cuenta con todo el empuje y las reservas necesarias para desplazarle definitivamente en más de una materia clave.
Y queda claro para todo buen entendedor que, objetivamente, ya no es tiempo de garrote en el trato con un Beijing capaz de repuestas contundentes y en extremo severas a sus oponentes.
O la cordura sustituye en algunas mentes calenturientas los viejos preceptos absolutistas con respecto al gigante asiático, o pésima será la suerte de quienes los agitan… así de sencillo. Y ya no hay vuelta atrás.
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