Para algunos, siete meses son una eternidad; para otros, apenas un suspiro. En política, unas horas pueden significar la transformación de un país. De ahí que en Brasil se analiza desde hace tiempo quien sustituirá en octubre próximo a Jair Bolsonaro, el controvertido mandatario sin chance alguno —según prevén encuestas— de reelegirse.
Son muchos y variados los intereses políticos y económicos que rodean la elección del nuevo mandatario en el gigante suramericano, donde viven más de 200 millones de personas y de ellas 48 millones en miseria absoluta.
Para la poderosa oligarquía brasileña es fundamental que en el Palacio de Planalto haya una figura que al menos en parte le permita mantener sus históricos privilegios. Para los progresistas, esta es una oportunidad real de paliar —y si se pudiera hacer desaparecer, mejor— las medidas neoliberales dictadas por el ultraderechista Bolsonaro, quien está vendiendo el país a pedazos, mientras pone en peligro sus grandes riquezas naturales, extraídas por las trasnacionales.
La situación actual del presidente es débil, apenas cuenta con un 22 % de aprobación popular, dada su mala gobernanza y negacionismo ante la pandemia de COVID-19. En otra muestra de su poca confiabilidad como estadista, el jefe de gobierno quiso probar fuerzas con la Corte Suprema y movilizó a sus seguidores en Brasilia el pasado 7 de septiembre para sustituir a los altos funcionarios del sistema judicial. Su plan fracasó, ya que los cuerpos armados no le siguieron en el pretendido autogolpe de Estado.
Las bolsas oscilaron, los principales bancos amenazaron al gobierno. El capital financiero exigió que el estancamiento se resolviera y el expresidente Michel Temer —el mismo que traicionó a la dignataria Dilma Rousseff con un golpe de Estado parlamentario— articuló un pacto que hizo retroceder al mandatario en su propia base.
El Congreso Nacional, un elegante edificio donde se observa la factura del arquitecto Oscar Niemayer, deberá suprimir los vetos que impiden una legislación acorde con la situación nacional (Foto: jornaldobrasil.com)
El protagonismo político de los generales de reserva que integran su gabinete se redujo de manera considerable en el último período. Ya no aparecen con declaraciones amenazadoras y guardan distancia de lo que pudiera convertirse en otra dictadura militar liderada por el excapitán y exdiputado federal durante 28 años consecutivos.
Fuentes diplomáticas también afirmaron que las visitas consecutivas de funcionarios de Estados Unidos (EE. UU.) a Brasil solicitaron un mayor papel de contención al presidente mediante la influencia de los altos mandos militares.
SUSTITUCIÓN DEL DONALD TRUMP TROPICAL
En la actualidad son varios los nombres que se manejan para sustituir al autollamado Donald Trump tropical, en alusión al expresidente de Estados Unidos, a quien considera su amigo personal e imita en groserías, bravuconerías, alardes misóginos; además de ser un defensor de las regímenes autoritarios y un analfabeto en temas científicos.
Es precisamente su actitud de ignorancia absoluta ante la presencia de la COVID-19 en Brasil la que impidió la llegada de vacunas procedentes de Rusia por resistencia ideológica, ya que, dijo, no quería relación alguna con el socialismo o el comunismo.
Bolsonaro y el exjuez de Curitiba Sergio Moro, quien condenó injustamente a Lula, ahora es su contrincante en la carrera electoral (Foto: Presidencia Brasil).
Las conclusiones de politólogos es que Bolsonaro está involucrado en varias denuncias de corrupción —en las que también aparece su hijo Flavio, senador federal— y en la persecución política del ex líder sindical y expresidente Luiz Inacio Lula da Silva, quien luego de dos mandatos dejó el cargo con un 87% de apoyo popular.
CON LULA NO SE PUEDE
Los más poderosos capitales brasileños están conscientes de que, si formaliza su candidatura, Lula da Silva será imparable hacia la primera magistratura. Más aun luego de que la Corte Suprema de Justicia archivara para siempre, hace algunos días, el mentiroso proceso judicial orquestado por EE. UU. y su fiel Bolsonaro, usando como testaferro al ex juez federal Sergio Moro, ahora en la carrera electoral.
A Lula se le acusó de varios cargos de corrupción cuando era presidente y fue condenado por Moro y ratificado hasta la Segunda Instancia a ocho años de cárcel, de los cuales cumplió, sin que debiera hacerlo, 580 días encerrado en Curitiba, donde actuaba Moro. Tras comprobarse su inocencia y devueltos sus derechos políticos, si el exmandatario (2003-2010) confirma su postulación será el peor rival para los otros aspirantes.
Hasta el momento, los candidatos que aparecen en los datos del Instituto de Encuestas Electorales son Lula, con el 48 %, Bolsonaro, 21 %, Moro, 6 % y Ciro Gómez, 5 %, lo que prácticamente saca a estos últimos del juego comicial.
Para la oligarquía brasileña, y se maneja con fuerza esa posibilidad, podría haber una tercera vía para sustituir al excapitán, pero hasta ahora no aparece un nombre.
Analistas de temas internacionales consideran improbable un cambio en las intenciones de voto que lleven a Lula a una segunda vuelta, pero no se puede descartar ningún escenario, como, por ejemplo, una remodelación promocional más favorable a Bolsonaro. Sin embargo, lo que prima ahora es un perfil estratégico para el país, en el que es muy posible que el izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) vuelva al gobierno.
Una de las hipótesis posibles es que Lula da Silva haga una alianza con Geraldo Alckmin, ex gobernador de Sao Paulo, quien renunció al Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) hace unos días, enviando un guiño a la derecha local y a EE. UU.
Es muy posible esa unión electoral, ya que Lula usó igual estrategia en el 2003 cuando brindó la vicepresidencia al empresario millonario José Alencar, quien le garantizó el apoyo del gran capital. Lula nunca tocó a las grandes empresas y desarrolló su programa social para favorecer a los pobres. Ahora no tiene por qué ser diferente, más aun cuando su propio partido y sus principales dirigentes están de acuerdo con la colaboración de la socialdemocracia.
Algunas sorpresas van a deparar estas elecciones generales, que también involucran al aparato legislativo. Pero solo el tiempo, ese que transcurre muy rápido para unos y lento para otros, indicará cuál será el camino político de Brasil.
José Correa
6/2/22 15:59
Buen análisis de la periodista. Veremos qué sucede en los próximos meses
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