Una cosa es lo que Donald Trump dijo haber suscrito y ahora anuncia en tono confirmatorio Joe Biden, y otra lo que realmente viene sucediendo.
Se trata de que, según varios medios de prensa, el pretendido abandono del territorio afgano por las tropas norteamericanas que le invadieron dos decenios atrás, no implica para nada la devolución a casa de tan “aguerridos” muchachos.
Era sin dudas algo esperado. La doctrina supremacista de mantener a toda costa el “control Made in USA sobre el planeta” tiene entre sus pilares indispensables la posesión física y la influencia decisoria sobre Asia Central y Oriente Medio, y tan supremo objetivo estratégico no será abandonado fácilmente, menos cuando hacerlo supone, para tan retorcida doctrina, el suicidio del ya maltrecho señorío universal gringo.
Y el caso afgano, ya lo hemos esbozado en anteriores materiales, es sin dudas una historia de horror y misterio de las más significativas en ese empeño.
Hay que recordar que Washington junto a Al Qaeda, su vieja creación terrorista en la planificada aventura de sacar a los soviéticos que acudieron en apoyo del gobierno legítimo de Afganistán asediado por bandas extremistas nada ajenas tampoco a los Estados Unidos, apadrinaron a los Talibanes como la fuerza militar que debió haber “unificado y estabilizado” un país dividido en cacicazgos luego del retiro de las tropas de la URSS.
Y si bien los “estudiantes de las madrazas” parecían devorar kilómetros por minuto en una arrolladora ofensiva, pasadas las semanas perdieron buena parte de su brío en la meta de establecer un “califato yihadista” (en el peor sentido de este último vocablo). Y con ello se esfumaban además los intereses de la empresa energética norteamericana UNOCAL, requerida de “seguridad” para tender sus tuberías de petróleo y gas por la escarpada geografía local.
Cuando Wáshington apretó clavijas para un diálogo interno entre todos los matones, la repuesta de Al Qaeda no fue otra que declarar como enemigo mortal a su protector, afinar su maridaje con los talibanes, y –según se dice-ejecutar los atentados del 11 de septiembre de 2001 que determinaron la invasión militar Made in USA en Afganistán.
Desde entonces se desarrolló un enfrentamiento que fue calificado como “fracasado e inútil” por no pocos jefes del Pentágono, y que impulsó a Donald Trump a establecer un diálogo unilateral con los talibanes y un pacto de retiro de las fuerzas estadounidenses marcado por condicionantes incluso ajenas e inconsultas con relación al gobierno nacional vigente en Kabul.
La situación práctica es que en los últimos días la salida de los invasores viene marcando una expansión talibán de proporciones alarmantes, y no pocos se preguntan a estas alturas si no existe un arreglo por debajo de la mesa entre ambos signatarios de “la paz” para que justo eso se concrete. Al fin y al cabo, dos oportunistas nunca dejarían pasar las “oportunidades” que les beneficien.
De hecho, como explican otros especialistas, con Afganistán bajo el control de los extremistas se sellaría el interrumpido sueño del “califato” y se establecería un posible refugio para que el extremismo islámico –como renovado aliado de la Casa Blanca- caliente las fronteras de Rusia y China, los grandes objetivos a batir por el hegemonismo norteamericano, y las de un Irán que resulta perenne pesadilla para EEUU y su socio israelí, entre otros poderes foráneos.
De hecho Moscú ha sido claro al advertir que un Afganistán caótico sería caldo de cultivo para el renacimiento del asesino Estado Islámico, cuyos derrotados efectivos en Siria han sido llevados todo este tiempo por transportes gringos a bases en territorio afgano.
Por lo demás, los “chicos” que recogieron sus bártulos estarían a la espera de ser reubicados en otras naciones de Asia Central con las cuales, al parecer, han existido intentos de conversaciones al respecto.
Razón por la cual –dijeron despachos de prensa-el presidente Vladímir Putin advirtió temprano y personalmente a Joe Biden en la cumbre conjunta de Ginebra “que no despliegue sus efectivos militares sacados de Afganistán en las antiguas naciones soviéticas de Asia Central.”
“Una decisión contraria –explicó Moscú- cambiaría considerablemente no solo la percepción de Rusia de los acontecimientos en esta importantísima región, sino también las relaciones entre el Kremlin y Washington. Y a buen entendedor…
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