Si en el terreno de la economía hay espacios sustancialmente estratégicos, la producción, compra-venta y trasiego del petróleo se ubica sin dudas en los primeros puestos.
La posesión material de yacimientos, el control de las tecnologías extractiva e industrial, la preponderancia en las rutas y medios de traslado, y el monopolio del factor financiero conforman a grandes rasgos ese saco privilegiado que ha generado en su historia luchas entre grupos de poder, guerras de rapiña, e injerencia externa en todas sus manifestaciones.
Y hasta hoy los Estados Unidos, la gran potencia capitalista que supo aprovechar, incentivar y provocar los descalabros de sus restantes oponentes globales para derivar en gendarme y usurpadora planetaria, ha ostentado la mayoría de los privilegios en el manejo del tema energético internacional.
Así, el dólar derivó en el medio de cambio sustancial para las transacciones petroleras, y desde hace decenios los precios y futuros han sentado sus referentes fundamentales en Wall Street por intermedio de las fluctuaciones de los valores de los crudos Brent y West Texas.
Sin embargo, por estos días la alarma cunde en un espacio que parecía inmutable. Se trata de que China, según afirmaciones de especialistas y medios de prensa, desplazó a los Estados Unidos durante 2017 como primer importador de petróleo del planeta y, en consecuencia, Beijing ha manifestado su interés de introducir su propio índice con respecto al crudo mediante “la firma de contratos energéticos en yuanes y el establecimiento de su referente de precios petroleros en la bolsa de Shanghái”.
El plan chino, que se viene ajustando desde hace varios años, prevé que los socios del país tramiten sus facturas energéticas en yuanes o en oro sin necesidad de usar dólares.
Algunas fuentes aseguran que a fines de este mes de marzo Beijing iniciará estas operaciones, que, según diversos observadores, pueden poner en crisis la política de chantaje y sanciones económicas que Washington ha desatado contra decisivos productores mundiales de crudo como Venezuela, Rusia e Irán.
El asunto es que, desplazado el dólar como medio de cambio esencial con relación al petróleo, ninguna de las naciones antes referidas se verá seriamente afectada por las bravatas norteamericanas.
De hecho, Rusia y China ya acordaron dar curso al yuan como moneda clave en sus intercambios comerciales y financieros, y el propio Banco Central ruso decidió, hace justo un año atrás, lanzar su primera venta de obligaciones del Estado valorizada en la moneda del gigante asiático.
Por su parte, Venezuela, dueño de las mayores reservas petroleras del orbe, también eliminó el billete verde de sus transacciones energéticas y pidió a sus compradores asumir otras monedas.
Junto e ello, dio curso a una criptomoneda nacional, el Petro, la primera de su tipo que sustenta su valor en recursos naturales concretos como petróleo, oro y piedras preciosas, y que no solo busca borrar el uso dólar de las ventas de crudo, sino —además— las restantes actividades comerciales y financieras del país, con el objetivo de hundir el paquete agresivo diseñado por Washington para destruir la economía de ese país sudamericano en detrimento del proyecto progresista que lleva adelante.
Y, como apuntan algunos analistas, decisiones de este tipo, que rompen turbios lazos de dependencia, diversifican el escenario monetario global, y ubican lejos del control financiero imperial operaciones y sectores claves para la economía de las naciones, confirman que el mundo ya no es el manso y resignado traspatio de los grupos reaccionarios de poder, y que para tan “serenísimas majestades” el paisaje inmediato es cada vez más árido e incierto.
KBS
16/3/18 7:45
Bueno en todo esto de las monedas virtuales, quien puede decirme algo de KARATBARS
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