El tema de los migrantes desde la frontera Sur de los Estados Unidos fue de los puntos sensibles en la propaganda electoral durante los pasados comicios presidenciales.
Donald Trump abogó sin mayores rubores por una fuerte intolerancia y por la demonización de aquellos que llegaban a las divisorias de la Unión en busca de refugio u oportunidades. Joe Biden, mientras tanto, aparentó un rostro más benévolo y se deshizo en promesas sobre justicia y equidad oficiales ante tan sensible tema.
Pero lo cierto sigue siendo que no habrá soluciones serias, objetivas y responsables, mientras no se apunte directa y efectivamente contra las anómalas condiciones económicas, sociales y políticas impuestas al sur del hemisferio por la larga historia de injerencia y explotación ejercida por la primera potencia capitalista sobre sus más inmediatos vecinos geográficos.
Es imposible imaginar que no marchen en masa hacia el Norte aquellos que no tienen ni encuentran progreso, seguridad y estabilidad en sus patios nativos a cuenta de las añejas distorsiones ejercidas en su contra desde el exterior, y que además son bombardeados día a día con el ilusorio mensaje de que los Estados Unidos es la pretendida meca del buen vivir y las oportunidades ilimitadas, la tierra del éxito, y el espacio más democrático, libre y poderoso del planeta.
La realidad concreta es que aquella nación es producto de la migración en todas sus modalidades. Los europeos llegados a las costas norteamericanas no tardaron en iniciar el largo y genocida despojo de los pueblos indígenas originarios, mientras desde el Viejo Continente las oleadas no cesaron a cuenta de quienes huían de la pobreza, las crisis económicas, las guerras, y hasta de la justicia penal, o eran alentados por los ofrecimientos de bienestar inmediato del otro lado del Atlántico.
Por otra parte, la potencia en ciernes sumó millones de esclavos africanos importados violentamente como fuerza de trabajo, junto a braceros asiáticos y de otras latitudes, arriados con similares fines. A ellos se sumaron los mexicanos que involuntariamente fueron absorbidos luego del colosal despojo gringo de la mitad de la geografía del sureño vecino mediante episodios como la rebelión de los “rebeldes” anglosajones en Texas y la ulterior invasión militar en dirección austral, sin contar las compras de la Luisiana y Alaska, la ocupación de Puerto Rico y su ulterior estatus de “Estado libre asociado”, y el alzamiento de otros colonos, esta vez en Hawái, y la conversión de aquel archipiélago del Pacífico en parte oficial de la Unión.
Todo un complejo escenario que, junto a un ejercicio continuo de la depredación gringa a escala hemisférica y su consecuente cadena de penurias, hace de la migración hacia el Norte un dislate tradicional en estas tierras, un tema de largos debates, consideraciones, interpretaciones y comportamientos oficiales norteamericanos, y un pivote recurrente en la demagogia de quienes aspiran a cargos públicos y de gobierno.
En el caso concreto de la actual administración, el camino no deja de tener las mismas características y escollos. Joe Biden no quiere encabritar a los recalcitrantes que piden mano dura y que vivieron días de gloria con Trump, ni tampoco “desencantar” a quienes le dieron su apoyo porque prometió más flexibilidad que su sucesor.
¿El resultado? Un juego donde apretones y pretendidos gestos menos bruscos intentan un equilibrio superficial, porque nunca se apunta a la realidad que provoca el desacierto.
Así, según datos de la prensa, se ha conformado un plan estratégico de gestión que, al decir de la vicepresidenta Kamala Harris, comisionada para tratar el asunto, establece ayudas y acciones “colaborativas” para paliar, al sur de las fronteras gringas, las angustiosas motivaciones de la emigración masiva, aun cuando se coloca de inmediato el parche admonitorio de que “será un proceso largo y complicado” toda vez que hay severos obstáculos a vencer como los niveles de “descontrol y corrupción en gobiernos vecinos” que deben tomar carta determinante en el asunto, y su “efectividad” para poner coto a los desbordes migratorios que se vienen sucediendo.
Por otra parte, y tal como revelan las propias fuentes, las actuales detenciones de migrantes por las patrullas fronterizas norteamericanas alcanzaron montos mensuales nunca vistos en los últimos veinte años, junto a nuevos récords de llegadas de niños solos.
En el primero de los casos, más de 172 000 personas tocaron la divisoria con México este marzo, de los cuales casi 169 000 fueron apresados y apenas 4000 se personaron en las garitas, donde en su mayoría se les estimó “inadmisibles”.
Con relación a los niños solos sumaron casi 19 000 los llegados a la frontera también en marzo, “la cifra máxima para un solo mes desde que la actual autoridad migratoria empezó a contabilizar esos datos en 2009”.
Como se recuerda, en los últimos respiros de la administración de Donald Trump, unos 11 500 pequeños fueron arrestados en las áreas fronterizas, cuyo trato ulterior por las autoridades norteamericanas desencadenó numerosas denuncias de abusos, vejaciones y otros ultrajes en los centros de internamiento a los que fueron confinados.
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