Es un axioma totalmente coherente. Si se arremete contra otros, el entendimiento y la cooperación entre los agredidos es una respuesta más que esperada, y solo cuando las entendederas sufren necrosis una reacción tan elemental es pasada por alto.
Y resulta que en el caso de China y Rusia, demonizadas, criticadas, denigradas, hostilizadas y sancionadas por un rival cada vez más en retroceso como pretendido “poder universal”, tenemos justo la representación de ese escenario.
De ahí que a escasos días del tan publicitado primer encuentro de Joe Biden con Vladímir Putin, realizado este junio en Ginebra, y de las pruebas en concreto de que no habrá mucho de trascendente que derive de ese diálogo, Moscú y Beijing decidieran prolongar por cinco años más el tratado de Amistad y Cooperación Mutua firmado en 2001.
Según ambas capitales, el acuerdo se “reactivará automáticamente” en febrero del cercano año, por lo que mantienen su vigencia cláusulas tan importantes como el apoyo bilateral en la protección de la unidad estatal y la integridad territorial de los firmantes; el compromiso de no ser los primeros en utilizar armas nucleares y de no apuntarse mutuamente con misiles estratégicos; el respeto del derecho soberano de cada cual a elegir un sistema social y un modo de desarrollo propios, así como el evitar toda injerencia en los asuntos internos de la contraparte.
Esta ratificación y extensión de tan fundamental protocolo se suma a la reciente proclamación de una convergencia estratégica entre Rusia y China, y a los pasos que se vienen dando en materia de integración defensiva y desarrollo de sus respectivos ejércitos, frente a la política belicosa que contra ambos Estados llevan adelante los intereses hegemonistas de factura Made in USA y sus más connotados aliados.
La ojeriza gringa, vale siempre reiterarlo, está dirigida a conjurar el valladar que para el soñado retorno de los Estados Unidos al trono de “líder mundial” suponen los dos colosos del Este, con más razón cuando han mostrado la sapiencia y la voluntad necesarias para estrechar esfuerzos en su defensa, y en un desempeño internacional de altos vuelos en favor de un mundo multipolar y de justicia para todos.
De hecho, así lo proclamó Putin cuando, previo a su reunión con Biden, un periodista de la cadena norteamericana NBC News intentó arañar la coraza de la identificación ruso-china.
El jefe del Kremlin reafirmó entonces que “la alianza entre China y Rusia es muy fuerte”, y que “no creemos que Beijing sea amenaza alguna para nosotros”.
De hecho, recuerdan analistas y medios de prensa, “ambas naciones ya han vivido, en su historia reciente, las intenciones de las potencias occidentales tendientes a sembrar la división entre ellas”.
No obstante, precisan las fuentes, “el hecho es que Rusia y China están conscientes de que si no se mantuviesen unidas sus adversarios aprovecharían esa coyuntura para atacarlas por separado”, amén de que “las posiciones multilateralistas que proclaman y defienden a escala planetaria se verían seriamente debilitadas”.
Por demás, reiteramos nosotros, la unidad y cooperación entre Moscú y Beijing es un sólido aporte a la urgencia mundial de estabilidad, seguridad y equidad, en tanto constituye el “peor de los regalos” a los pretenciosos absolutistas que hace dos décadas, con la disolución de la URSS del modelo socialista de Europa del Este, se atrevieron a proclamar “el fin de la historia” a cuenta de la eternización del caos imperial.
Y es que si bien en aquella escaramuza hubo una sensible baja política, la voluntad perenne de cambios positivos hizo surgir dos nuevos y formidables rivales de las doctrinas hegemónicas, sin reservas ni prejuicios para empujar juntos.
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