Acaban de declarar funcionarios de la asesoría de seguridad de la Casa Blanca, que en breve el presidente Donald Trump dará a conocer una nueva estrategia destinada a “multiplicar la influencia de los Estados Unidos en la arena internacional”.
Y vale la pena insistir en el término textual de “influencia”, porque a primera vista podría suponerse que si de influjo sobre otros se trata, muy bien la referida “novísima” política estaría dirigida a atraer voluntades y forjar alianzas y puntos de vista sobre pivotes tan trascendentes y necesarios como la equidad, el respeto a lo ajeno, el poner término a las diferencias y controversias mediante un diálogo fructífero, y el estar dispuesto siempre a la cooperación en un plano de igualdad y reconocimiento a las prerrogativas de los demás. Al menos esa es la manera más expedita, clara, y tal vez única de “influir” de manera firme, sana y constructiva en otros círculos.
Sin embargo, a juzgar por los añadidos que acompañan el anuncio de los señores asesores de seguridad del díscolo magnate inmobiliario, el influjo no pretende pasar más allá de colocar una pistola en la cabeza del interlocutor para que admita como válido, absoluto e inamovible todo lo que el intimidador diga, piense o haga… así de sencillo.
Y es que la “influencia” norteamericana de la que ahora se habla responde a criterios tan peligrosos y controvertidos como el que textualmente asegura que “los tiempos de la paciencia estratégica se han acabado”, y que en lo adelante las prioridades del gobierno de Trump serán “proteger nuestro territorio, aumentar nuestra prosperidad, preservar la paz y, finalmente, elevar el predominio estadounidense”.
En pocas palabras, que luego de que el ocupante de la Oficina Oval brinde su declamación correspondiente, si no opta por su uso predilecto de twitter, estaríamos en presencia de la hostilidad hegemonista a manos llenas contra todo y contra todos los que unilateralmente se consideren agresores de la sacrosanta “seguridad nacional de los Estados Unidos”.
De hecho, sería la multiplicación irresponsable, irreverente y caprichosa de todas las acciones y declaraciones agresivas a que nos tiene acostumbrada la nueva administración norteamericana desde su ascenso al poder, y que han tenido y tienen perjudiciales reflejos en Oriente Medio y Asia Central, en los vínculos con Moscú, en las diatribas y pretensiones con respecto a América Latina y el Caribe, y en la manera imprudente en que se intenta dirimir el diferendo con Corea del Norte y su despliegue nuclear.
Preparémonos entonces para la nueva etapa que intenta imponer el aspirante a emperador global, con tales humos de grandeza en los sesos, que no es capaz de valorar los cambios geoestratégicos ya vigentes y los riesgos de destrucción del mundo que puede acarrear su desconocimiento a cuenta de bravuconadas de guapo del barrio.
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