En el año del centenario de Virgilio Piñera, el Ballet Nacional de Cuba ha repuesto en el Gran Teatro la versión coreográfica que Gustavo Herrera hizo hace más de dos décadas de uno de los textos principales del dramaturgo: Electra Garrigó. Mucho se ha hablado de la trascendencia de la obra, de esa maravillosa combinación de la tradición clásica con la idiosincrasia nacional. La coreografía le hace honor, sobre todo desde el punto de vista plástico. Los diseños escenográficos y de vestuario de Ricardo Reymena son muy sugerentes y funcionales: se imbrican perfectamente en la trama; incluso, llegan a ser la trama misma.
Gustavo Herrera, por supuesto, no pudo atrapar toda la esencia de la obra de Virgilio: tarea difícil, para no decir imposible. Se dedicó a recrear las peripecias, regodeándose en los pasajes de mayor potencial dramático.
Particularmente notables son las escenas de la locura y la muerte de Clitemnestra, donde el coreógrafo desplegó un arsenal de recursos teatrales que trascienden la mera línea danzada. Los solos de Electra también resultan sugerentes, por toda la carga emotiva expresada en repeticiones de pasos, con creciente énfasis.
Menos conseguidos están algunos de los pasajes de Orestes, el pedagogo o Agamenón, que por momentos parecen “transcripciones” demasiado simples de los planteamientos de la obra de Virgilio. Ya se sabe que el reto era inmenso. En sentido general, aunque muy bien se pudo prescindir de alguna que otra escena, la obra es sustanciosa y en ocasiones francamente emocionante. Sin que hubiera grandes aportes desde el punto de vista estilístico o técnico, el vocabulario es interesante y no ha envejecido demasiado. Y sobre todo, está muy bien resuelta la simbiosis con los elementos plásticos de la puesta.
Por otra parte, Electra Garrigó ofrece a los bailarines la oportunidad de asumir roles de hondo calado, de importantes demandas histriónicas. Aunque en esta reposición no todos los intérpretes estuvieron a la altura.
En la primera noche, por ejemplo, solo Viengsay Valdés —como Electra, convincente en su proyección dramática— y Jessie Domínguez —muy expresiva y audaz en su Clitemnestra— parecieron comprender las implicaciones de sus personajes. Los demás sencillamente cumplieron discretamente con lo marcado: quizás tuviera que ver con la juventud y la falta de experiencia, quizás con el desconocimiento de la obra, quizás es cuestión de incapacidades: no todos los bailarines tienen que ser buenos actores.
Lo cierto es que sería recomendable para próximas escenificaciones una mejor selección del elenco. En la compañía hay bailarines capaces de asumirla con más convicción.
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