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miércoles, 30 de octubre de 2024

El salvaje placer de explorar: reflexiones desde una mirada solaz

La lectura de este libro de cuentos puede ser el tiempo mejor empleado para alimentar el alma de lo que en realidad ella necesita: estremecimiento y candidez profunda...

Remberto Febles Tabares en Exclusivo 02/02/2015
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El salvaje placer de explorarde Daniel Díaz Mantilla se encuentra en librerías de todo el país desde el pasado 2014. Su autor, merecedor del premio Alejo Carpentier por la riqueza de sus cuentos, seduce el punto de vista del lector con historias que amplían nuestra visión del mundo y muestra otros terrenos donde operan la sordidez y la falta de esencia humana.

¿LEER HISTORIAS O SUBLIMARSE ANTE LA PROSA?

¿Y acaso pudiera importar la diferencia? Pues sí, en ella radica el fin supremo del acto escritural y ha sido el sentido para ejercer la literatura en cualquier época. Esa dicotomía ha existido como dilema ante todo escritor, dilema eterno e irresoluto, pues depende de capacidades e intereses netamente humanos y exige dos interrogantes permanentes: ¿Qué ofrecer a los lectores? ¿Compendiar un grupo de relatos para la lectura fácil o enraizar el libro mediante la prosa y la ficción en la mente de quienes puedan tener gustos diversos? Para aquellos que asumen el acto de escribir como un ejercicio visceral y comprometido con su entorno, para los que deciden no tributar y se apartan de la obra trivial que hace intrascendente a la literatura y nada aporta al lector; para esos escritores, sin dudas, la diferencia queda marcada y el dilema está resuelto.

El salvaje placer de explorar, de Daniel Díaz Mantilla, premio Alejo Carpentier de cuento 2014, consigue sacudir la imaginación de quienes se acercan al libro. No solo agrupa este volumen historias de gran interés temático —lo cual ya es un rasgo a destacar en el panorama literario actual—, también posee el fulgor y la definitiva inclinación por universalizar cada palabra desde la mirada particular que le imprime el lector, al expandir su búsqueda en relatos y sucesos a veces triviales, en apariencia, o al identificarse —distanciarse— con el sentir expresado u oculto de los personajes que pueblan cada cuento.

Dieciséis relatos componen el libro y sorprenden individualmente por el trazado formal que los erige, así como por el uso medido de argumentos y descripciones que dibujan de manera sutil atmósferas y ambientes, cuyo fin no radica en ilustrar secuencias espacio-temporales, sino en seducir el punto de vista del lector y conducirlo por el mundo ficticio que Díaz Mantilla propone.

El uso de los géneros, el manejo de la lengua y el discurso conceptual desde una ideología clara y dialogante, son también elementos que alertan e invitan a una mirada detallada.

PROSA POÉTICA, POESÍA DEL RELATO… ¿NARRATIVA REFLEXIVA?

Alfonso Reyes propone una definición sobre los tres grandes géneros literarios: los entiende como “funciones” capaces de imbricarse y coexistir en un mismo producto, diluyendo la estabilidad interna de lo estrictamente épico, trágico o lírico, a través de la prosa, el verso y el diálogo; “maneras” ancestrales en el afán de plasmar la palabra. En la actualidad, pocas veces se puede constatar un ejercicio escritural sobre la narrativa que contenga ese hibridismo sin molestos cortes, natural y orgánico e imperceptible para el lector.

El salvaje placer…, lógicamente, es urdido mediante el modo narrativo de representar ficciones, aunque exhibe una manera de proceder, una especie de empuje intrínseco por momentos sugestivo, en ocasiones disertante y hasta dramático; poco visible en el plano textual, pero vertido mediante la experiencia literaria (del autor) en los relatos; una experiencia que evidentemente está contaminada con la creación poética y ensayística, partes indisolubles del quehacer literario de Díaz Mantilla. El resultado, tal y como muestra el libro, es un todo que sobrepasa las dieciséis individualidades narrativas, con un acabado lo suficientemente enérgico como para borrar de nuestras mentes el mero ejercicio lectivo de concluir un texto y comenzar otro.

Tomemos, por ejemplo, el más breve de los relatos: “El polvo, el tiempo, la ceremonia inútil”;casi fugaz ante la vista. Veinte líneas, acaso para sugerir el mundo interno y externo de un ser (de seres) que lleva tallado, en el acto de frotar un paño, la inutilidad de echar a andar el tiempo sin “propósito”, la necesidad de limpiar el pasado y futuro sobre las cosas comunes por el simple hecho de “continuar”, aunque ello no suponga cambio alguno u ofrezca iluminación, razones para seguir adelante, detenerse ante sí mismo o alejarse de todo. He aquí un texto para deleitarse en el fragor poético, en la síntesis de expresión y en la identificación de lo contado desde cualquier experiencia humana. Una especie de motivo dentro del conjunto al que cuesta llamar “relato” por su falta de historia y de sucesos concatenados, pero que aporta un halo profundo a ese momento introspectivo que se vive ante todo buen libro; y ofrece, además, la sugestión necesaria para transitar por La noche que invadimos Londres y Café, sueños, un futuro habitable. Luego, estamos listos para desembarcar en A mitad del otoño, uno de los cuentos mejor logrados, sin temor a equívocos, del panorama narrativo actual.

Un breve pasaje de reflexiones abre el texto que da título al volumen: “Las audacias de ayer aburren hoy. Cada revolución se torna rancia, cada rebeldía se anquilosa un instante después de existir. Nada perdura. Todo tiende al olvido, a la obsolescencia, a la muerte. No hay tiempo, por más que corras no hay tiempo y, sin embargo, no puedes parar, aunque sepas que es inútil, que al final, inexorablemente, otros pasarán sobre ti y seguirán su carrera sin mirar siquiera atrás. ¿Pero nos movemos? ¿Logra acaso producir algún cambio —algún cambio real— esta continua agitación? ¿Qué es lo real?”.

Es casi una constante en todo el libro la disertación y la emisión de consideraciones que puedan interactuar con la perspectiva del lector; tal vez, no son tan explícitas como en este cuento, visibles incluso en el plano gráfico por el cambio de tipografía y el aumento de su tamaño, pero están enquistadas en el pensamiento de los personajes o prestas a brotar de sus conductas para con el mundo que les rodea.

“El mundo afuera ya no existe. El sistema es total y cada éxito aparente no hace sino atarnos a su perversa red de necesidades. Un afán neurótico nos integra en la lucha por triunfar. Cualquier medio nos sirve si con él logramos adueñarnos de un pedazo de realidad. […] ‘Soy lo que tú quieres’, nos dicen; ‘Eres lo que quiero’, decimos. Como si ese obsesivo afán por integrarnos a las turbias jerarquías del sistema no fuese ya plegarse a un espejismo”.

¿Y acaso tales reflexiones no consiguen sintetizar el sustrato filosófico y conceptual presente en cada pasaje de El salvaje placer…? Totalmente; además, representan tal vez la intromisión plausible y casi directa de un narrador que construye vidas, mundos virtuales e imaginarios, pero concebidos desde una mirada pendiente a la realidad circundante, y desde un lenguaje que persigue clarificar ideas, remover la memoria emotiva, conectar la fibra sensible del lector con historias que sean ajenas a sus locaciones habituales…

Díaz Mantilla se ha situado ante cada relato imaginado, quizás ocupando el mismo puesto de un espectador-lector aun inexistente, y se ha prestado como simple vehículo para filtrar y escribir lo que percibe.

“No hay referencias. Mirar atrás o alrededor es imposible —y es imposible querer lo que no se conoce—, pues el pasado fue reescrito y lo exterior dejado fuera. Solo podemos correr, correr más rápido, disfrutar extasiados el vértigo en esta cima fugaz, y sonreír ante las cámaras como si el paraíso fuese esto”.

Los fragmentos citados provienen de un artículo que escribe Kevin, protagonista del cuento, con el supuesto fin de publicar y, de una vez, expresar su verdadero sentir sobre el mundo que le rodea. Pero, la obvia diferencia entre su pensamiento y el sistema de vida que ha alcanzado, en un mundo maltrecho socialmente, genera una contradicción que hace casi exánime su capacidad de actuar; pues, abrazar una decisión implica la toma de partido, para después afrontar inevitablemente la pérdida de comodidades materiales, o bien la inestabilidad y hastío eterno en su interior. Dilema este, el de decidir —¿o acaso enfrentar un hecho para el cual no se han premeditado decisiones que permitan atravesarlo y continuar?— que no es exclusivo de Kevin.

Muchos personajes, a veces en situaciones aparentemente fugaces, tienen la necesidad de elegir u optar por algo, aunque en buena parte de los casos no exista o no brote con fuerza el valor, o aunque el entorno no ofrezca cobija segura para hacerlo. Imani, en su incapacidad de destrozar a quienes la han ultrajado; Harold, frente a un artefacto inhábil para trasladarlo en tiempo; Amaury, recogiendo sus espejuelos rotos junto al cadáver de Ana; Carmen, deseando escupir una pregunta que fracture o haga estallar el tedio de la figura masculina que tiene a su lado… ellos, entre otros, dan fe de tal dilema.

El placer de leer lo que suscita e inquieta…

El salvaje placer de explorarno convida a un acercamiento fácil ni a una lectura rápida. Ahora bien, puede ser el tiempo mejor empleado para alimentar el alma de lo que en realidad ella necesita: estremecimiento, candidez profunda; y para sacudir la mente en medio de tanta superficialidad llamada “oferta cultural” que nos penetra desde todos los frentes, anulando el interés por lo que implique una mirada activa sobre páginas jugosas, en franca agresión al desarrollo del intelecto...

Tampoco es un libro para chocar con la burda inmediatez, y la sosa descripción de nuestro “realismo sucio”. Plagados estamos de esa literatura y, como afirma el propio autor, muchas veces decepciona por "la monotonía, la ausencia de hondura, la simplificación banal que convierte a los personajes y sus circunstancias en siluetas chatas y vacías; relatos que sólo son palabras con una historia más o menos trepidante, pero detrás de la cual no hay nada, no hay reflexión, no hay inquietud".

Llegar al El salvaje placer… y tocar cada uno de sus dieciséis cuentos es ampliar nuestra visión sobre el mundo (nuestro mundo) pasado, presente y futuro, un poco para burlarnos de nuestro ego por vivir en “civilización”; es conocer, en fin, otros terrenos donde operan la sordidez, la falta de esencia y el quebrantamiento del mundo contemporáneo gracias a la actuación humana.


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Remberto Febles Tabares


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