//

viernes, 22 de noviembre de 2024

La vida más allá de las adicciones (+Video)

Candy es una clara muestra del cine independiente que pervierte la fórmula del cine romántico hollywoodense...

Daryel Hernández Vázquez
en Exclusivo 03/08/2021
0 comentarios
Fotograma-película-Candy1
En Candy sus escenas enrarecidas de una forma u otra y los planos determinados por su director intoxican al espectador dentro de una historia de pareja distorsionada por el mundo oscuro por las drogas en donde cohabita.

- Desde una visión estructural:

En el año 2006, el cine australiano de la mano de Neil Armfield (Twelfth Night, The Castanet Club, Holding the Man) nos dio una lección de vida pura e intensa. Una lección acerca de amor, adicción y sacrificio.

Armfield llevó a las pantallas australianas y del mundo, en su versión muy personal e intimista, la novela “Candy: A Novel of Love and Addiction”, relato escrito por Luke Davies (Lion, News of the World), quien fungió como co – guionista del largometraje. Ya su título nos dice mucho: arte, amor y adicciones. Lejos de buscar la abstinencia, Candy, que además es el sugerente nombre del personaje protagónico, nos trae una refrescante y dramatizada mirada sobre la relación en pareja, esclavizada por la dependencia común y externa (muy psicológico el argumento).

No diría que es una película romántica bajo los estilos y subscripciones a los que el cine de Hollywood nos tiene acostumbrado. Tratándose de esas tramas azucaradas hasta el empalago, con un bonito (a veces) final feliz, con conflictos habituales entre parejas, entre personas que recién se conocen. Sin embargo, aunque Candy, la cinta, posee una ecuación similar, es increíble como la fórmula es desvirtuada por complejos matices que transforman cada espectro cognoscible y termina ofreciéndonos una reflexiva imagen de la vida en pareja.

Y de señalar, técnicamente señalaría que el desarrollo de la historia, en temas de rodaje, fotografía y composición, no la catalogaría completamente de formar parte del cine independiente, aunque, si comparte tendencias indies que fomentan la realidad que se propone reflejar, lo que explica muy bien la trama. Segmentos semi - didácticos que nos lleva a reflexionar sobre el arte de la improvisación. Utilizando planos y secuencias especialmente divisadas por Armfield para absorber cada momento y emoción que rodean a la pareja.

Esto es otro factor importante a tratar dentro del largo, las emociones. Las emociones llegan a conservar un papel fundamental, debido a que, en la misma deconstrucción escenográfica y dramatúrgica de las caracterizaciones, son los nexos emocionales que se trasmiten, lo que hacen esta película tan cruda y realista. Donde, más allá del mismo amor que se tienen ambos personajes, la impotencia, la vergüenza, el miedo, el pánico; son conos que amplifican el espectro fílmico a niveles insospechados, (tal vez una de las cosas que se puede resaltar del filme). Las emociones poseen la capacidad, en su manera de exposición y diseño, de estar presente dentro y fuera del celuloide. Una conmoción in crescendo sucumbe a los espectadores dentro de la sala, de la pantalla al asiento. Es ese poder de identificación lo que describe el buen cine, a las buenas escenas, los buenos actores.

A pesar del poder de la historia y el potencial dramatúrgico, no significa que el metraje no este colmado de estereotipos. Se estipulan algunos referentes traslúcidos de las industrias cinematográficas con el fin de empatizarnos y algunos que solo nos enclaustran la imagen en una sola tipología.


Fotograma de la película Candy (Foto de autor)

- Haciéndome uno con la historia:

La cinta nos recrea la vida desde el arte, la toxicidad y el sacrificio; la cual está divida en tres actos que, barrocamente, representan los estadios temporales y emocionales de la relación: Cielo, Tierra e Infierno. Estos tres ambientes describen muy bien la situación por si solos. Tratando de evitar centrarnos en un entorno solitario y aislante de cada mente, un escenario intoxicado por las revelaciones psíquicas de los narcóticos tratados sutilmente (como nos representa el viaje de “Enter the Void” de Gaspar Noé – 2009), la película rodea una pareja que se ama profundamente, pero tiene, como dirían educadamente los que saben: - problemas con las drogas -.

Candy (Abbie Cornish) es una estudiante de artes plásticas que le hace justicia a su nombre por su belleza, su ternura y la representación ávida y fresca de su personalidad. Dicha joven como parte del destino y los guionistas, conoce a Dan (Heath Ledger), un “emprendedor” poeta quien se enamora perdidamente de la estudiante. Ambos en el Cielo comienzan a vivir un hermoso romance que no solo tiene en común su superficial estilo bohemio sumido en la escases inagotable de recursos y anti - estigmatismos, su profundo amor, sino que también, una especial afición a la heroína. En este opioide encuentran un exaltado placer y la vía directa de llevar su satisfacción de pareja a otro nivel. Con la sustancia se refleja el sostén didáctico y especulativamente correcto de la pareja en material de amor y también, una poderosa alusión a la precariedad y el deterioro de este mundo en sus disímiles aspectos. Recalcando a las “personas de abajo”.

Al principio, en el primer acto, la pareja vive una Luna de Miel bizarra y estrafalaria ansiando un futuro prometedor que se le va perdiendo ante sus ojos, donde no importa lo que se haga o necesite hacer para conseguir el edulcorante para sus vicios. Para ellos no importa pedir dinero a cualquier persona con la que se involucran, o no (aquí es donde aparece el personaje de Geoffrey Rush, Casper, una especia de padrino benevolente que le funge como distribuidor de narcóticos y en ocasiones prestamista de dinero o comida, el cual siempre tiene una iluminadora e interesante conversación, y, además, los padres de Candy que sufren, en este proceso, la pérdida paulatina de su hija a manos de una “mala influencia”). Su estado de dependencia carece de vergüenza, está arraigado, fuera de una primaria necesidad, a las maneras de satisfacer sus adicciones lo que les lleva a perder las supuestas correctas convicciones inculcadas en la sociedad, cruzando la delgada línea del comportamiento imperfecto.

Candy se llega a prostituir en esta desesperación irracional por mantenerse “high”, sopesando que, despojarse de sus cosas ya no es suficiente. Un intercambio de materia sin valor alguno, solo por el alto valor que posee en opioide en la balanza para ellos. Lo que empezaba como juego, coge dimensiones lejos del alcance de sus manos, tanto es así que por más que el espectador lamente en su propia carne la impotencia de Dan al ver a su novia vender su piel por minucias verdes, no pueden detener su necesidad, por miedo a la ansiedad, a la pérdida, al autoconocimiento dentro de la abstinencia (en las peores situaciones es cuando uno se llega a conocer del todo).

Sin embargo, el guion adaptado, que, para este humilde cinéfilo, su puesta en la pantalla grande es lo más disfrutable, tiene la capacidad de subir la parada. Ambos se casan en un lindo intento de solidificar su relación sobrepasando cualquier crisis, de alcanzar como declaración esa meta soñada en el éxtasis del amor, para crear así una nueva vida familiar. 

En el segundo acto, poniendo los pies sobre la Tierra, es donde la pareja afronta un verdadero golpe de realidad, “sutilmente” decorado con cambio de hospedaje y maquillaje. – Del Diablo son los detalles -. Ya, los dos, nadando en lo profundo de su adicción, con un Dan inexistente, lleno de complejos y soportando la prostitución a tiempo completo de su, ahora infeliz esposa, temiendo a su culpa por destruir la vida de Candy. Y una Candy, cansada, exigente, colmada de la vida laboral intransigente. Los conflictos reinan entre ellos en las peores condiciones, pero por sobre todo se mantienen unidos en un aturdido intento de continuar la vida juntos donde el amor está puesto a prueba por primera vez (ya era hora). Cayendo en la angustia de la pérdida y la desesperación. Aquí el filme nos parecería un melodrama tan miserable que nos deprime y nos sorprende al igual que la cara de Dan con la noticia.


Fotograma de la película Candy (Foto de autor)

Las escenas de abstinencia de la película está demás decir que fueron hermosamente concebidas. Son tomas que clásicamente (por el uso habitual de segmentos ruidosos y espasmódicos de personas sobre un colchón) captan el proceso agotador de limpieza del organismo. El sufrimiento en Candy recorre cada poro de la piel. Visceral y poderoso.

Infierno, no nos brindaban mucha más magia con ese título. Solo nos quedaría el cierre, clímax y de tarea para la casa lo que hemos aprendido hasta ahora. Las drogas le harían perder lo que habían tenido después de volver a sus vidas. ¿A dónde fue el romance? Dan, como uno de los héroes de Lord Byron, autodestructivos pero apasionados, y como no, frustrado por un amor imposible, seguiría a Candy a donde fuese, al amor de su vida, a la meta del caballero, a los resquebrajamientos de un posible dolor o pérdida. A donde haga falta, hasta la mismísima perdición. Ese es su problema: “Dan no es un líder, es un seguidor”. Sin embargo, para Candy ni la paz del campo es suficiente para recuperarse y anhelar algo mejor. Se desequilibra, quiebra, colapsa emocional y físicamente olvidando que en este mundo no existe ningún lugar mejor, ni al lado de su fiel Dan. Con este quiebre termina todo lo bueno sobre este mundo (por si quedaba algo). Los padres, Casper, Candy. Solo quedaría un fiel Dan sobre el cual recaen todas las faltas, los desesperos, las drogas y el amor.

- Con todo lo que sabemos:

En conclusión, y no buscando depresión absoluta, Candy vuelve después de un tiempo con Dan, pero éste, consciente, sabe que es poco saludable para ella, y decide terminar su relación antes de tomar el chance de que su esposa vuelva a ser adicta. - Cuando se está el suficiente tiempo solo se escogen las mejores relaciones -. Abrazando así ese dolor que le queda, el óptimo sacrificio por el bien común, la iluminación de las buenas causas, que mejor demostración de amor ¿no?

Candy nos regala este final triste, eso sí, colmado de una aparente paz. Dejándonos la noción de que el amor sobrevive por encima de las peores situaciones, amén de que se esté solo conviviendo con ese amor, para desarrollar la visión de que la belleza del mundo se encuentra hasta en los peores lugares. Estamos hablando de un filme realmente bueno, crudo y sobretodo real, sin hacerle paréntesis al romance.

Que poético se hace todo.


Fotograma de la película Candy (Foto de autor)


Compartir

Daryel Hernández Vázquez

Licenciado en Ciencias de la Información en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Cinéfilo y editor. Aspirante prematuro a director de cine. Novelista, poeta y loco.


Deja tu comentario

Condición de protección de datos