La maldición de un travesti luchador

En la sección Filmado en Cuba,  en el marco del 37 Festival de Cine Latinoamericano se encuentra Viva, película irlandesa dirigida por Paddy Breathnach, y seleccionada para representar a su país en los premios Oscar del 2015, a celebrarse en febrero de 2016.

Viva es una cinta que nace con grandes expectativas. Por un lado, es un grito y una oda a la búsqueda de la identidad; un homenaje a todas aquellas historias de vida que asumen el cada día ser más auténticos y más consecuentes con lo que soñaron para sí mismos. Por el otro, es una runa genuina de lo que son las relaciones paternas filiales.

Cuenta la historia de Jesús, que es un joven cubano de 18 años que lucha por encontrar su verdadera identidad, forzado por una difícil relación con su padre recién salido de la cárcel después de quince años de condena.

Con Jorge Perugorría como el padre de Viva y Luis Alberto García como el travesti que le da trabajo, la película cuenta con un elenco de una primera línea que, justo como nos tiene acostumbrados, no decepciona. Si bien a primera vista pudiera apreciarse cierta incoherencia en Luis Alberto García, como si no estuviera cómodo asumiéndose como travesti, la estructura del personaje se salva y justifica cuando él mismo le cuenta a un Perugorría borracho –figura pavorosa- “¿Tú no te das cuenta de que este travestismo es mi lucha?”… como si vestirse de mujer fuera un trabajo más… Como si fuera la intención de Viva mostrar que hay muchas razones para terminar cantando canciones de Elena Burke y La Lupe en el bar Las Vegas… Como si la peor maldición de un travesti luchador fuera no serlo.

Pero… La historia de Viva se mueve entre el cliché de la visión del cubano que vive entre gritos, ron, sexo y palabras obscenas. Como si Mark O´Hallagan, guionista de Viva, no hubiera podido sustraerse de representar a la misma Cuba estereotipada de siempre, esa que tiene negros que boxean, mujeres eternamente fogosas y -¿hasta cuándo será esa la que ven los extranjeros?- jóvenes que se prostituyen el cuerpo para poder comprar comida.

Por cierto, alguien debió decirles a los irlandeses que contextualizaron su guion en Cuba, que con los cuarenta dólares que le pagan al protagonista por prostituirse, se puede comprar algo más que el arroz que dan en la bodega.

Pero realmente la película no va sobre estereotipos ni representaciones sociales. Estas tan solo le sirven como –deficiente- telón de fondo. La cinta es un incentivo a luchar por lo que se quiere, al reconocimiento de las personas por el mero hecho de serlo, más allá de su identidad de género o cualquier otra cuestión que implique eso que todos sabemos, aunque no siempre pongamos en práctica la tolerancia que implica… que para gustos se hacen los colores y para escoger, las flores.