Érase una vez un tiburón y un pulpo

Dirigida y escrita con temperamento y claridad por Destin Daniel Cretton, Las vidas de Grace ofrece una mirada a un grupo de adolescentes que, por causa de problemas familiares, viven en centros de acogida.

La premisa de la película: todo problema es consecuencia de falta de amor. El amor es visto en la cinta como pilar de la vida; como tabla salvadora sobre la cual forjar la identidad. All you need is love, una vez más.

Grace (Brie Larson) es una joven que trabaja como supervisora en “Short Term 12”, un centro de acogida para adolescentes en situación de precariedad. Le encanta su empleo y vive entregada al cuidado de los chicos. Pero, al mismo tiempo, pesa sobre ella un pasado conflictivo que la llena de angustia. A raíz del ingreso en el centro de una chica inteligente e inquieta, se da cuenta de que no puede seguir eludiendo los problemas que ha ocultado por años.

Brie Larson, sostén de la obra, no es la única que sobresale en la cinta; el resto del reparto también raya en lo sublime. John Gallagher Jr. está muy convincente en su papel de novio sensible y comprensivo (el sueño de cualquier chica). Kaitlyn Dever brilla con luz propia en un papel de adolescente rebelde con causa que parece hecho a su medida…

Y hay en la cinta una piedad de muy buen gusto: desde cómo los trabajadores del lugar intentan crear un ambiente de seguridad para los niños que cuidan, hasta el non plus ultra de la ternura, sin sentimentalismo que la opaque, esa secuencia en la que Jayden le cuenta a Grace la historia del tiburón y el pulpo:

Érase una vez un tiburón que le pide a un pulpo una de sus piernas a cambio de su amistad. El pulpo, que no tenía amigos, se la da. Cada día juegan juntos, nadan y exploran cuevas submarinas, y cada día el tiburón el pide al pulpo un tentáculo, porque tiene hambre. Un día, le pide el último de sus tentáculos. “No entiendo”, dice el pulpo, pero, como es su amigo, se lo entrega. Entonces ya no pueden jugar juntos, porque mutilado, el pulpo ya no puede nadar y explorar cuevas submarinas. Y el tiburón extraña jugar. Se siente muy triste y se va a otros mares, a buscarse un nuevo pulpo que quiera ser “su amigo”.

La historia infantil se vuelve alegoría a las vivencias macabras de esos niños con sus padres. Todos tienen en común que sus familiares les hicieron daño: violaciones sexuales, emocionales y verbales; golpes, maltratos, humillaciones y ultrajes de todo tipo. Los padres son ese tiburón que en nombre de determinado vínculo amoroso extirparon a sus hijos la posibilidad de amarse a sí mismos.

Por eso los chicos del centro de acogida le tienen miedo a todo; se castigan, se intentan suicidar incluso. “Es difícil preocuparse por algo más cuando estás sangrando”, explica la protagonista como motivo de sus autoflagelaciones.

Las vidas de Gracees una película hermosísima y valiente. Cretton podría haber indagado más en las miserias y los problemas de cada personaje. Podría haber explotado mucho más el tema y aprovechar el morbo que podría haberle sacado al asunto. Pero su buen gusto es de calidad suprema: Nos deja ver las heridas del alma de cada personaje, pero sin recrearse en ello, huyendo del morbo fácil y del sensacionalismo. Nos enseña las cicatrices pero no las abre. Y, de este modo, logra una cinta creíble, natural y hasta pedagógica.