¿Qué hubiera pasado si Franchesca gira la manivela del carro y se va con el fotógrafo?, cuestiona la autora de un artículo sobre la peli Los puentes de Madisson, que Tay compartió en el grupo verde la pasada semana.
Tal vez, como decía Abelito, aquella historia hubiera durado lo que un merengue en la puerta de un colegio. ¿Y si no? ¿Y si era Amor, así en mayúscula, y la hacía feliz como nunca antes, y vivían juntos para siempre, y para mayor alegría de ambos el exesposo le permitía ver a sus hijos y en el pueblo no la condenaban por adúltera?
No voy a preguntar cuántas mujeres se han visto en una disyuntiva así porque son centenares de miles, sólo en este pedacito que llamamos Cuba. También hombres, claro, pero hoy no quiero hablar de infidelidad masculina porque se sabe cuán flexible es la sociedad con eso, muy diferente a como se manejan tales lances cuando la que se ve atrapada entre dos fuegos es una mujer.
Sobre todo, si es una señora madura y con hijos, casa, rutinas y garantías “envidiables”; o con un marido del que pudiera no tener quejas, excepto por el vacío que va dejando la cotidianidad del coexistir sin más, día tras día, sin reavivar la pasión que los unió en primer término, como deja bien claro el inicio y final de ese excelente filme.
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¿Franchesca amaba a su marido, su casa, su vida…? Creo que sí. Es más, sé que sí, porque me ha tocado estar en ese puerto y doy fe de que puedes sentir un cariño sólido por la persona que elegiste como compañero de vida, y a la par verte enredada en un turbión casi mágico con alguien que es sólo un ave de paso (o no, pero así lo prefieres).
Aunque quieres ser fiel por convencionalismo social, el deseo te agobia, y llegas a sentir que es casi un sacrilegio no cruzar esa puerta para vivir en una dimensión alternativa, así sea por minutos u horas (hay otras pelis que cuentan casos así, como Dos extraños en un tren), y para nada te interesa dejar tu vida atrás, si puedes permitirte esos pequeños lapsos de embriaguez a lo largo de los años…
¿Que tuvo ella otras alternativas menos pasivas para encaminar sus sentimientos? Claro… Pudo suicidarse, a lo Romeo y Julieta. Pudo huir detrás de aquel hombre, también maduro, que vivía de recorrer el mundo para interpretarlo a través de su sensible lente, sin ancla ni compromiso con algo a que llamar hogar…
Es más, no dudo que él, en la embriaguez inicial de tenerla, hubiera intentado hacerla feliz a costa de su propia libertad y estilo de vida. Pero un día se les pasaría el velo de esa pasión y habría que ver quién renunciaba entonces a su esencia por mantener intacta tan dispar compañía, lo cual la colocaría otra vez en una incómoda posición existencial (y me consta, no hablo sólo de oídas).
También pudo la humilde ama de casa tener un arranque de autorreflexión y divorciarse sin más, tomar otro rumbo para salir de la monotonía: expulsar al marido y hacerse cargo de los hijos vendiendo empanadas, o reunir fuerzas y caminar el mundo por su cuenta hasta encontrar para qué era buena, además de para hornear y hacer cortinas.
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En el debate wasapeño, Mirebel invitaba a no ver la felicidad de la protagonista conectada con el hombre que tuviera a su lado en ese momento, sino a las decisiones que tomó o dejó de tomar. “Lo que no cambias, lo permites”, defendía con pasión su punto de vista, convencida de que no tomar una decisión en el momento oportuno es de por sí una decisión.
Sin rodeos: todo lo que pasó a partir de ese instante fue su responsabilidad. No del marido aburrido. No de los hijos, aún pequeños. Ni siquiera de la comunidad, conservadoramente patriarcal, y mucho menos del hombre que llegó de la nada para revolver su existencia y luego se conformó con mandarle un ejemplar del libro con las fotos de aquellos puentes donde se amaron apasionadamente.
Ya lo he contado antes aquí: yo también he tenido esos umbrales paralelos en más de una ocasión, y la decisión que tomé entonces creo que seguiría siendo la que tomaría ahora, décadas después.
Claro que me arrepiento de momentos que no disfruté por miedo al qué dirán (o por creerme estoicamente superior), pero no me arrepiento de haber actuado cuando mi intuición me indicaba el camino, y de haber dejado ir historias cuando pesaba más en mí el camino recorrido que la manivela por accionar con destino a lo desconocido.
¿Cobardía? Tal vez… los puentes también se deterioran y luego quedan brechas insalvables. La vida es incertidumbre. Siempre lo es… Y a la vez es certeza; una gran certeza: hoy respiras. Mañana… ¿qué pasará?
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