La villa de San Juan de los Remedios del Cayo, en la cintura de Cuba, es tierra propicia para quienes gustan de lo “real-maravilloso”.
Los vecinos de Remedios –octavo emplazamiento europeo en Cuba-- desde los albores de su historia han comido, bebido, calzado y vestido una atmósfera mágica, que no tiene igual en comarca alguna de estas tierras.
Sí, por allá trasgos, duendes, fantasmas, espectros, apariciones, ectoplasmas, demonios y su séquito, han disfrutado de ciudadanía plena. (A veces, andando por aquellos lares, he sospechado que los remedianos no se sentirían a sus anchas sin la cercanía de toda esa cohorte del inframundo).
Claro, sé que lloveré sobre mojado. Pero es imperioso referirse a la “pelea cubana contra los demonios”.
Sí, en el Año de Gracia de 1682, el cura párroco, José González de la Cruz, comisario del Santo Oficio de la Inquisición, declaró haber exorcizado 800 mil espíritus. El diligente padre expulsó, del cuerpo de un solo poseso, la bicoca de… ¡cien legiones de demonios! (A no dudar, el padre José no se andaba con chiquitas, y gustaba de hacer las cosas por todo lo alto y sin mesura).
Como es bien sabido, todo aquel jelengue dio lugar a la fundación de Santa Clara.
Pero no habrían de terminar los portentos remedianos con aquellos apocalípticos clamores del párroco. Más cerca en el tiempo encontraremos una leyenda con esta moraleja: tiene tufo diabólico el maltrato a la madre.
Como exordio ya esto va para largo, así que, sin escalas, partamos hacia esa página del imaginario popular.
El desconcertante caso de María Manuela
Hace unos cien años que un enamorado del folklore, Facundo Ramos, recogió en Remedios la leyenda de La Rondona. Él oyó, de labios de los más venerables vecinos remedianos, esta historia que daban como verídica.
Vivió en aquella población, durante la segunda parte del siglo XIX, cierta joven muy hermosa, hija de una de las familias principales de la villa, que respondía por María Manuela. Pero, en el transcurso de sus vicisitudes, habría de perder ese nombre, para ser unánimemente conocida como La Rondona.
Se cuenta que la muchacha tenía un carácter áspero, díscolo y dominante, y que pretendía siempre salirse con la suya, aunque fuese en perjuicio de tercero.
Hija única y de casa rica, contaba con dinero más que suficiente para satisfacer sus caprichos. Y un día su madre, para probarla y sabiendo que los tenía, le pidió un préstamo de siete reales.
--¡Yo no tengo ese dinero!-- contestó la joven egoísta, con voz desentonada.
--Si te he pedido esos siete reales es porque he visto que los tienes—insistió la madre, llevando la prueba hasta sus últimas consecuencias.
--¡Siete legiones de demonios es lo que yo tengo dentro del cuerpo!-- ripostó la muchacha, iracunda.
La pobre madre se retiró llena de aflicción, tras comprobar la mala entraña de la joven.
Y cuentan que desde ese día no tuvo María Manuela ninguno bueno, pues comenzó a sufrir toda clase de trastornos, incluyendo terribles convulsiones.
El síntoma que más llamaba la atención era su perenne escupir, que la mortificaba en extremo. Además, hablaba cosas que no armonizaban con su sexo y condición.
Y relatan los viejos de Remedios que la mala hija sacaba la lengua constantemente, hasta el punto de que ya le colgaba y se lamía la cara y otras zonas menos exhibibles de su anatomía.
Incapacitada para tragar bocado, la una vez hermosísima muchacha fue enflaqueciendo hasta adquirir el aspecto de una momia. Desde entonces comenzaron a llamarla La Rondona, pues, según la voz popular, la rondaban malignos seres del trasmundo.
Ante el desconcierto de la ciencia médica, la familia decidió “curarla por la Iglesia”, como entonces se decía. O lo que es igual: someterla al exorcismo, conjuros que la Iglesia considera capaces de expulsar los demonios del cuerpo de un poseso. Para ello, se dirigieron al párroco de la Iglesia Mayor de Remedios, don Marcos García.
El sacerdote exorcizó repetidamente a la endemoniada, tanto en el templo como en casa de la muchacha. Y se cuenta que María Manuela no respondía cuando se le llamaba por su nombre, pero sí lo hacía cuando se pronunciaban las palabras Lucifer, Satanás y Belcebú.
En una ocasión los demonios dijeron que, si abandonaban el cuerpo de la joven, sería para alojarse en el del sacristán. Éste, que se encontraba detrás del cura con la calderilla del agua bendita y el hisopo, salió corriendo mientras pedía auxilio divino a grandes voces.
Al fin el padre García logró su propósito. Se dice que el último demonio de La Rondona no quería abandonar el cuerpo, y hubo que sacarlo por un dedo del pie derecho. Al salir –aseguran—dejó un rastro de humo y un olor a azufre que contaminó la casa.
Tras aquel trance, María Manuela –ya La Rondona para todos los remedianos-- se convirtió en ardiente religiosa. Iba a la iglesia todos los días, y al entrar rezaba dos salves, porque según ella cuando sólo rezaba una se la llevaban los demonios.
Al fin murió La Rondona como cualquier otro hijo de vecino. Y aseguran fuentes bien informadas que la autopsia reveló sorprendentes anomalías en sus órganos internos, causadas por la presencia de demonios en su cuerpo.
A mí… bueno, a mí no me crean, pues aquí no he puesto ni una coma ni una vírgula, y me he limitado a dar lectura a un apolillado y amarillento documento de la época, que ante mis ojos tengo.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.