La personalización de lo que Residente destapa con su Session #49, resulta del interés de las elites de no develar la enfermedad ética y estética que de la que adolece el sistema-mundo, hegemónicamente neoliberal. Es parte del ejercicio de su poder simbólico, de su control cultural, entendido en términos de gestión de símbolos, para desenfocar el nodo central de su red de dominación, estructurada y gestionada según la nueva racionalidad con las que se reinventó el Capitalismo, a partir de los años setenta del siglo pasado, y que determina también las reglas de juego en la industria de la música.
Una nueva visión que se adueñó del discurso político, una nueva teoría de la justicia, nuevas prácticas y dispositivos que determinaron un nuevo modo de gobierno de los hombres según el principio universal de la competencia, sobre la base de una supuesta de igualdad de oportunidades para fracasar o triunfar en la arena del mercado. Un cambio cultural que comprende valores diferentes, nuevos referentes, imaginarios y significados para las palabras. Del que devino otro orden social con otra axiología, en el que el “yo” se asume por encima del “nosotros” y el “otro” es considerado un obstáculo, un competidor al cual destruir. Todo se modifica para dar cabida a un “neosujeto”, un “perfecto idiota social”, despolitizado y social-conformista que siente goce de gobernarse a sí mismo como capital, tal cual lo gobiernan a él, de acuerdo a unas ideas de verdad que se han naturalizado.
Por ello, para Chistian Laval y Pierre Dardot, el neoliberalismo es, de entrada y ante todo, una racionalidad que, en consecuencia, tiende a estructurar y a organizar, no sólo la acción de los gobernantes, sino también la conducta de los propios gobernados. Esta “racionalidad neoliberal” tiene como característica principal el individualismo, la generalización de la competencia como norma de conducta y de la empresa como modelo de subjetivación.
Esta racionalidad (“governing rationality”) basada en la formulación de valores, prácticas y métricas económicas, se constituye en normas y habitus, más allá de las relaciones y de las esferas económicas de la sociedad. De modo que también ordena las relaciones entre las empresas capitalistas y los artistas y el consumo cultural. Las personas se ven obligados a comportarse, en todo los espacios que habitan, como sujetos de mercado (homo oeconomicus). Se piensan y elaboran a sí mismos a partir de la noción del emprendimiento, la inversión y el capital. Bajo la presión de ser cada vez más cotizables en el mercado, invierten tiempo y dinero en la mejora y cuidado de su cuerpo y de su perfil profesional, según la lógica de la eficiencia empresarial.
El neosujeto, como anticipó Foucault, se asume como “empresario de sí mismo”. Como “sujeto empresarial” se realiza a sí mismo siendo productivo, rindiendo; lo cual le produce goce de sí, disfrute. Así se configuran lo que los autores de La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal (2013) llaman el “dispositivo de rendimiento/ goce” que en el neoliberalismo tiene un carácter –y promesa– ilimitado: siempre más rendimiento y siempre más goce. Siendo el objetivo programático neoliberal el fomento de la competencia, se configura, al decir de David Harvey, un mundo darwiniano donde se preconiza la supervivencia de los más competitivos. De lo que se trata es de incrementar el capital personal y con la menor cantidad de esfuerzos y costos posibles, con la mayor rentabilidad; ya sea financiera, emocional, física, espiritual, etc. “El trabajador-afirma Castro-Gómez- invierte sus aptitudes, sus competencias, su idoneidad” y lo hace a la espera de incrementar la rentabilidad de su trabajo y la valorización de sí mismo como capital.
Como ya hemos comentado, el “famoso” colombiano resulta ser el ejemplo de los que asumen esa racionalidad neoliberal y la industria de la música, Porque como le confesó René Pérez a MoluscoTV, “hay mucha gente que asume la música como la asume Balvin, ´el negocio, socio, primero´ y todo lo demás último” Lo que le preocupa a Residente es que no se le esté dando valor a cuestiones importantes y que se ha defendido históricamente, “hay artista que han muerto por eso, por amor al arte”. Le angustia ver eso destruido, él lo hace por eso y lo seguirá haciendo aunque se quede solo en ello, declaró, por Mozart, por Renoir, por Basquiat, por Matisse…, por “los que hicieron arte hasta el final”.
J. Balvin , sin talento musical y sin escribir sus canciones, triunfa porque la racionalidad que “ordena” sus actos y decisiones también “ordena” todas las esferas de la sociedad; resulta constitutiva no solo de una comprensión y una práctica de la economía y de la gestión estatal, también de la cultura en general. Define los modos en los que se perciben las relaciones y las diferentes partes en que se reparten y se delimitan los espacios y los tiempos, así también las maneras en las que cada una de esas partes es vista, se significa y piensa, los discursos que se producen y el valor que ellos tienen dentro de esta estructura de lo común.
Hasta en los momentos de ocio o de entretenimiento, pues define también la partición de lo sensible. Una partición que construye una inteligibilidad sensible y perceptiva (estética); a través de la cual el orden social se mantiene y se reproduce. Y esta partición de lo sensible, como afirmara Jacques Ranciére, define lo que es visible y lo que no, lo pensable y lo impensable, lo posible y lo imposible. Define también la distribución de capacidades, roles, posiciones y formas de aparición de los cuerpos en un tiempo y en un espacio determinado. Esta es la dimensión sensible y perceptiva de la política que el filósofo llama la “estética de la política, la que nos permite entender cómo a través de ella se constituye, se refuerzan y se mantienen el orden neoliberal.
La puesta en acción de la racionalidad empresarial implica, por tanto, una reconfiguración de la inteligibilidad sensible y perceptiva que define quiénes hacen parte, cómo hacen parte e incluso quiénes no hacen parte del orden social neoliberal, quiénes ganan, porque merecen ganar, y quiénes pierden (también por no presentación), en la puja del mercado.
Para hacer más rentable y efectiva la entronización de esta racionalidad, las elites han invertido en posicionar a sus expertos, sus “trabajadores orgánicos”; grupos de personas que se venden con esa etiqueta, que acumulan una retórica especializada y manipuladora, con una voz “autorizada” por los propios medios de fragmentación masiva, propiedad de las élites capitalistas. Eso fueron los Chicago´s boys, los “expertos” en la neoliberalización de Chile.
Entre estos expertos están los “famosos”, los más valiosos. Balvin se vende como experto en “ganar”, en acumular dinero y ostentarlo. Como es un émulo de la racionalidad empresarial, según la cual la calidad de un músico se mide en términos de eficiencia y rentabilidad, por las métricas que acumula en los canales de distribución de su merca-música. Eso es en esencia lo que le molesta a Residente, a lo que le “tira”.
El MC puertorriqueño no cree en la ostentación, ni en las plataformas digitales, como si lo hace Balvin. Le preocupa el ejemplo que se le da a las nuevas generaciones y llama a respetar a los que han aportado a la música latina y los que como él mismo defienden subir su nivel, desarrollarla. Prefiere que le admiren por su arte y no por su fama o por lo que ostenta. “Se pueden comprar millones de views, pero no el respeto”. Por demás, denuncia el problema ético que acompaña esta degradación estética. “La gente que es muy real y honesta tiene problemas en esta industria A él no le gusta mentir, que es lo que hacen muchos, al pagar e inflar los números con que se mide el éxito.
El ex Calle 13 aclaró que no “lo muerde” la fama de J. Balvin. “Benito está haciendo historia, pero no frontea, no les restriega los números a los demás”, ripostó. Para el cantautor boricua, el nacido en Medellín “tiene el talento de hacerle creer la gente que tiene talento”, tiene el talento para el negocio, “en la industria de la música tú tienes que ser medio sinvergüenza, reconoce, y para eso él es bueno. En eso, concluyo, también resulta un “experto”, un valioso instrumento para el Capital.
El comportamiento de este sujeto empresarial, como sus deseos y sus fetiches, informan también de un estructura que ordena los sentimientos y las compulsiones consumistas. Es lo que McGuigan ha definido como una “estructura de sentimiento neoliberal”. Este “sentir neoliberal” se proyecta en otros campos como estructura de deseos y de gustos, una estructura de consumo simbólico y de fetiches, de ganadores de los Bilboard y de los Grammys Latinos. Y esta estructura presupone una jerarquía, un ordenamiento en la asignación de valores. Como consecuencia una re-partición que puede sacar de juego lo que en tiempos modernos fueron valores morales, como la honestidad y la lealtad. O en otro campo, la banalización de los criterios estético a la hora de valorar el arte y a los artistas.
“Ser creativos o ser famosos” es la disyuntiva que pone sobre la mesa Residente, y que centró su intercambio con Vico C y Aldo. “Cuando tú solamente te mueves, de todos los elementos que te pueden mover en el Rap, solamente te mueves por ser famoso eso te lleva por otro camino tan distinto a cuando lo que te mueve es escribir, que lo que vas a presentar como obra al final va a ser un cambio de la tierra el cielo, tan descomunal (...) El ser famoso promueve otras cosas que son superficiales. ¿A quién le importa cuántos carros tienes, cuántos aviones tienes? Eso es tan superficial y eso es promovido por esa energía, el querer ser famoso para tener dinero, para comprarte esa cosas… Todo ese mundo no mueve a lo otro, al mundo de la expresión, del arte, de la creatividad, de escribir”.
La “superficialidad” de ostentar el “éxito”, colgando en las pieles (piel, ropa, casa y carro) signos y marcas “valiosas”, es expresión de ese sentir neoliberal, del goce de ser rentables, de ganar dinero con el menor esfuerzo, que es la máxima de estos famosos, “el negocio primero” de Balvin, aunque resulte la muerte del arte. En la industria de los “famosos” las expresiones culturales y artísticas responden a esta racionalidad mercantilistas, lo que se busca concretamente es producir una mercancía para obtener regalías, ganancias financieras y subjetivas.
Y todo en nombre de la libertad de hacer con tu emprendimiento, con tu dinero y con tu fama lo que entiendas, incluso restregárselas a tus seguidores. Porque el imperativo de ganar en la carrera neoliberal y de vociferarlo, subyace bajo la instrumentalizada idea de “libertad”, un bien fundamental en el discurso neoliberal. Una “libertad” que es un constructo, sostenido en un marco legal y en unas condiciones socio-económicas específicas, que hacen que las maneras en la que tomas tus decisiones y vives tu libertad estén de acuerdo a ese principio de la competitividad. Como plantea Castro-Gómez: “La libertad es, pues, una condición técnica para el ejercicio racional del gobierno liberal, y no una ‘facultad humana’”.
La libertad termina siendo, la dilución de todos las trabas para el enriquecimiento de los poderosos. Bajo el mantra sintetizado por "Hayek" en el conocido rap "El debate del Siglo": "La economía no es un coche. No hay motor que arreglar. La economía somos nosotros. Fuera la llave de apretar".
¡Y fuera la llave estética para el rally musical y la ética para la moda de ostentar!, enarbolan los que le “tiran” a Residente. Entre ellos, dos operadores del MSI y del 27N, que, cual Fukuyama, decretan el fin de su historia.
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