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jueves, 21 de noviembre de 2024

El reparto  y la banalización de la violencia machista (IV)

El reparto  es un producto y a la vez reproductor de una “cultura de mosaico”, donde predomina el pensamiento asociativo sobre el pensamiento lógico…

José Ángel Téllez Villalón
en Exclusivo 08/08/2024
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El reparto  y la banalización de la violencia machista (IV)
La reiteración de asociaciones y analogías en sus temas genera una representación estereotipada de la mujer y de las relaciones de parejas (José Ángel Téllez Villalón / Cubahora)

El reparto  es un producto y a la vez reproductor de una “cultura de mosaico”, donde predomina el pensamiento asociativo sobre el pensamiento lógico o racional. Inmersos en este sustrato, los consumidores son seducidos más que convencidos, mediante métodos estéticos de persuasión.  Se les mueve  a estados mentales   y  conductas que interesan a los persuasores, son encantados con el brillo  y el erotismo, se movilizan sus emociones mediante una profusión de estereotipos y metáforas conceptuales.

Por su lenguaje desinhibido y provocador, por sus fraseos  y  sorprendentes analogías, funcionan como  una “minoría creativa”, que,  cual  argumentó el  historiador   A. Tynbee, tienen el poder de conquistar la simpatía de gran parte de la población y  de trasformar su moralidad.

La reiteración de asociaciones (por similitud, por sorpresa, por contingencia, por semejanza de sonido…) genera  una representación estereotipada de la mujer y de las relaciones de parejas, que se inoculan en el subconsciente. Temas con una carga significativa que expresa la erotización patriarcal de esta relación.

Esta banalización  del machismo comprende la reducción  y el traslado, la reducción connotativa de la violencia de género y su traslado  del campo de lo “grave” o “intolerable” al campo de lo “normal” y “permitido”. Mediante  una serie de asociaciones representativas  y automatismos de  percepción que conduce a las víctimas del rincón  de los afectos a la luneta  de los efectos, donde se sienten  “a su aire”, en la órbita de lo que más suena.

Manipular no es el propósito de sus exponentes,  pero se aprovechan de otras manipulaciones, la de los fabricantes de las marcas  y los consumismos.  Se montan sobre sus operaciones de banalización, sus  reduccionismos y esa  profusión de  analogías que cosifican  a las mujeres y focalizan su valor en la forma del cuerpo, en su piel y su apariencia, en  su sensualidad  y su poder de “amarrar la pieza”.

Esto comprende  estereotipos más globales como el del  “Latin Lover” y la “Spicy Mami”.

El “Latin Lover”  es el macho latino hipersexualizado, una iconización construida alrededor de su constante conquista de mujeres y su insaciable deseo sexual. Se  simboliza por famosos del género urbano  como  Daddy Yankee, J. Balvin, y Maluma, con canciones  repletas de palabras que  cosifican a las mujeres, con ciertas preponderancias como “Baby”, “Cuerpo” y “Mami”.

Una representación que se enfocan  en el cuerpo de la mujer y que muestran que no solo quieren sexo, quieren estar en control de ello. J Balvin lo resume en su tema  “Downtown”: “No se vale el empate, esto es hasta darle jaque mate/ Hasta que uno de los dos se mate/ Si quieres yo bajo y de una me pongo pal’ trabajo/ Suelta el estrés, baby, yo te relajo.”

Como en “Cuatro babys” donde Maluma canta: “Estoy enamorado de cuatro babys, siempre me dan lo que quiero, chingan cuando yo les digo, ninguna me pone “pero”. Dos son casadas, hay una soltera, la otra medio psico y si no la llamo se desespera. Estoy enamorado de cuatro babys, chingan cuando yo les digo, ninguna me pone pero”.

Este tema según académicos de la Universidad de Chile mostró los mayores niveles de violencia de género, concentrando 44 menciones de violencia, 30 de las cuales fueron de violencia simbólica. Fue también la canción que concentró más menciones violencia económica.

Según este estudio para analizar la evolución de cinco tipos de violencia de género (física, sexual, económica, simbólica, y psicológica) en las letras de las canciones de reguetón más populares en América Latina entre los años 2004 y 2017, de 70 canciones analizadas, el 84.3% contaban con 568 menciones que aludían a alguno de los cinco tipos de violencia de género.

La “Spicy Mami” es  el estereotipo de la mujer latina, que la significa como  sexualmente agresiva y abierta. Se simboliza por marcas  como  Natti Natasha, Karol G  y Becky G. Con  canciones cuyas palabras más frecuentes son “Mala”, “Toca” y “Baby” Para representarlas en control de una situación sexual. Una dominación sexual agresiva que se informa en la canción “Punto G” (2019) de Karol G con la letra, “Apaga la lu’, que oscurito lo prefiero/ Lo que quiere’ tú, ya yo lo pensé primero.”

Como expresamos anteriormente,  las mujeres son raptadas pero lo gozan.  Subsumidas en los ideogramas que están de moda;  compiten según la  axiología impuesta, la de los  machos, la de los reguetoneros.  Vociferada desde las bocinas en  nuestros barrios y desde las plataformas dominantes de la  Industria Musical.

“Ya veo que las burlas y los chantajes se hacen más viral que los sentimientos de una persona hacia otra el cariño y el respeto hacia un artista que mundialmente está pegao y yo como fan solo fui a tocarlo” comentó la adoradora de Bebeshito violentada en Camagüey. Ella movió aquel acto denigrante  a un asunto de las redes y el suyo, su irrupción en el escenario,  a un querer tocar a un famoso, bajo el foco de todos,  a mera cuestión de efectos.

Es el pasillo estrecho en que se mueve, donde la condujeron los estereotipos, por asociaciones sucesivas, a ritmo de reparto. Es este el espacio de intersubjetividad que le  permite percibir no solo sus actos, sino también los actos de los otros, en su tiempo y  espacio, en su  cotidianidad y en su barrio. Donde se inserta y se reconoce, donde se comunica con los otros, donde se calla o la silencian.

Un pasillo enmarcado, que deja “adentro”  solo un conjunto de esquemas interpretativos y determinados aspectos de significación personal y cultural. Otros quedan “fuera”, inutilizados para su emancipación, para valorarse a sí misma  y a los otros que la violentan física y simbólicamente.  Desde  allí se orienta  y significa todo, banaliza el machismo y normaliza la violencia de género.

Dentro de este marco  de significación se configura su identidad personal y de género;  define y valora lo que es  y desea ser; el conjunto de atributos de semejanzas y diferencias que limitan la construcción simbólica de ser mujer y  las  expresiones de su feminidad  frente a los machos.

 

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José Ángel Téllez Villalón

Periodista cultural


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